"¡Soy la mujer eterna, soy Ella! Las mareas de todas las almas de los hombres me pertenecen. Las mareas que suben y bajan y vuelven a bajar; las mareas internas y silenciosas que gobiernan a los hombres son mi secreto, me pertenecen". Dion Fortune
La humanidad siempre ha estado fascinada con el brillo plateado y misterioso de la luna, con su frío resplandor, con el magnetismo hipnótico que ejerce sobre nosotros. Este satélite que orbita la tierra como si fuera su amiga inseparable ha sido objeto de culto desde épocas inmemorables y, silenciosa en su trayectoria, nos ha marcado desde siempre. Junto al sol, es tal vez el astro celeste más importante en la dinámica sincrónica de nuestra bóveda celeste. Imaginémonos en el comienzo de nuestros días como especie, en un planeta vibrante y salvaje, sentados en la noche en algún rincón de nuestro planeta viendo cómo en medio de los temores que la noche podía producirnos, la aparición de la luna anunciando que no estábamos del todo solos. Y mientras de generación en generación fuimos viendo su luz cambiar a través de innumerables noches, fuimos testigos de sus cambios y transformaciones, sus ascensos y descensos, su nacimiento, crecimiento y muerte, tatuando en nuestro inconsciente el arquetipo grandioso que hoy en día le pertenece. La dama de las transformaciones, de las mareas internas y externas, la reina de la noche, aquella que gobierna cuando el sol no está.
Con el tiempo fue absorbiendo los poderes de la energía femenina (muy seguramente al relacionar el ciclo lunar con el ciclo menstrual de las mujeres) y pronto dio origen a innumerables deidades femeninas alrededor del globo. Deidades misteriosas, poderosas, madres, cazadoras, brujas y sacerdotisas, guardianas de los misterios de la noche y la magia, oráculos y pitonisas, ancianas sabias; guardianas de los secretos de la agricultura y los ciclos de vida, crecimiento y muerte; dibujantes de sueños y maestras de las aguas. Todos estos simbolismos son de suma importancia en las diferentes tradiciones mágicas y espirituales a través de lo largo y ancho de la historia y lo podemos rastrear por medio de los mitos, leyendas y símbolos a los que afortunadamente podemos tener acceso gracias a la conservación de las tradiciones orales, gráficas y escritas de diferentes culturas. Podemos verla como Anumati, uno de los aspectos sostenedores de la naturaleza de Shakti en la tradición del hinduismo, o como la oscura y poderosa diosa de tres rostros Hécate. También como Selene en su carroza celeste, o como Chía, diosa lunar de los muiscas. En Egipto varias diosas compartían los aspectos lunares de la naturaleza y en el México precolombino se le adoraba como Ixchel. De cualquier forma y en cualquier cultura estos atributos hacen parte de la esencia mística, femenina y mágica de los poderes lunares.
En nuestros tiempos tan desconectados de los ciclos que desde siempre han existido, mirar a la luna sea tal vez un breve momento para recordar nuestros orígenes remotos donde ella determinaba cuando era mejor sembrar y cuando cosechar, cuando navegar según las subidas o bajadas de las mareas y cuando era seguro moverse bajo la luz de la luna llena en las noches de siglos atrás. Este reloj cósmico aparentemente lo hemos perdido, pero las escuelas mágicas siguen utilizando su movimiento para aprovechar el flujo de las mareas energéticas determinadas por sus ciclos. El mago o la sacerdotisa aprovechan la luna creciente con su energía de expansión constante, moviéndose y alcanzando su máximo poder al llegar la luna llena, para luego decrecer y disminuir su poder al llegar la luna nueva para comenzar un nuevo proceso creativo. El que está familiarizado con la magia ritual, sabe muy bien de lo que hablo y aprende a navegar en estas mareas de vida, crecimiento y muerte. De hecho arquetípicamente los ciclos lunares han representado en varias tradiciones, las etapas de la vida femenina que hoy en día han vuelto a ser utilizados por ciertas escuelas como referentes para el trabajo psicológico, demarcando cambios en la consciencia femenina (Virgen, Madre, Sacerdotisa y Anciana Sabia).
En el Tarot hay dos cartas especialmente lunares. Una es la Gran Sacerdotisa (el sendero de Guimel) que representa el aspecto femenino de la polaridad energética (la forma) y su conexión con la intuición y el subconsciente. Por otro lado la carta de la Luna (el sendero de Qoph) que habla de la consciencia celular y de los procesos de transformación que modifican el cuerpo físico para recibir cada vez mayor flujo de energía acelerando la evolución. En la Qábalah, la esfera de Yesod (el fundamento) está asociada astrológicamente a la luna y al plano astral, donde se construyen todas las formas que luego se manifiestan en el plano físico, funcionando como un gran útero sostenedor de la vida. Así pues, el símbolo de la Luna sigue y seguirá estando presente en nuestra esencia humana a lo largo de nuestro proceso colectivo y personal. Cada vez que miro al cielo y me dejo llevar por su profundo encanto me siento arrastrado a lo profundo de mi ser, donde dejo de ser yo solo y me conecto con Todo. Ojalá la humanidad volviera a conectarse con los ciclos del reloj universal y volviéramos al momento primigenio donde entre el cielo y la tierra vivíamos al compás de las mareas cósmicas. La luna es uno de los símbolos más potentes de los ciclos y las transformaciones y en un mundo donde todo cambia y se transforma, resistirnos a ese cambio nos ha hecho y nos sigue haciendo mucho daño. Sea como sea, la Gran Madre nunca ha muerto y está despertando de nuevo con todo su poder.
En L.V.X, Vida y Amor
F.V.T
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