“El éxtasis proviene de la contemplación de cosas más vastas que el individuo y tal vez imperfectamente vistas por todos aquellos que aún viven”. William Butler Yeats
Desde los albores de su existencia, la humanidad ha sentido un llamado interno, un deseo profundo de trascender los límites de su existencia terrena, de conocer más allá de sus propios límites, de tratar de tocar el sol con las manos, y en la búsqueda de esa conexión con lo trascendente, hemos recorrido infinidad de caminos buscando pistas en los astros, en los misterios de la naturaleza, en la esencia de su nuestro cuerpo, en las profundidades y alturas del tiempo y el espacio. Algunos, los más osados, por lo general son los que abren las puertas y corren para los demás el velo de lo aparente, expandiendo los límites de lo tradicional, atreviéndose a mirar más allá de los límites de su generación y obedeciendo a un deseo interno, a una necesidad alojada en el alma humana. Unos se queman, unos quedan ciegos y algunos afortunados logran mirar a los ojos lo desconocido, "Conocer el fuego de los dioses" y dejar un mapa para aquellos que se atreven a seguirlos.
En varias culturas antiguas, ese fuego que tan insistentemente hemos buscado ha sido referenciado en innumerables mitos y leyendas. Ya el mito griego de Prometeo, uno de los más conocidos de la tradición griega, nos hablaba de un "fuego" que estaba oculto para la humanidad. Este titán que amaba profundamente a los hombres y mujeres, se arriesgó robando a los dioses para entregar este fuego a sus amigos mortales para su beneficio, por lo cual fue castigado terriblemente. Este mito tiene varias versiones alrededor del mundo como el de Loki en la tradición Nórdica, o el de Maui en la Polinesia, Pkharmat en el pueblo Vainakh del Caúcaso, entre muchos otros; y a pesar de que estos mitos nos hablan del fuego como un secreto divino guardado con recelo por los dioses que se vuelve el motor civilizador de la humanidad, también nos habla de una fuerza profunda "prometéica", que nos empuja al conocimiento de los Misterios Divinos.
Misticismo y ascetismo, sexo y magia ritual, sustancias y aislamiento, han sido algunas de las maneras en las que se ha buscado conocer el rostro oculto de la creación, el mundo de lo invisible, de los espíritus y la profundidad del alma, así que vale la pena que miremos algunas formas en las que estos métodos han sido utilizados a través de la historia para seguir un hilo conductor en este viaje humano de la expansión de la conciencia y su búsqueda de lo divino. Hay que tener en cuenta que al decir que esa búsqueda espiritual incluye "conocer lo desconocido", tendremos que abrirnos a la posibilidad de conocer no solo con nuestros medios físicos y nuestra mente racional sino también a través de la revelación y la iluminación mística, es decir al estado de éxtasis. Y es precisamente a este estado al que quiero ponerle mayor atención en este escrito, pues el origen de la palabra éxtasis quiere decir "fuera de sí", y describe un estado de trance y de unión con lo superior, donde se perdía por un momento la percepción del yo personal. Solo mencionaré algunos ejemplos de cada caso pues sería interminable extenderme más. Hablemos primero de la alteración de la conciencia con sustancias, una de las formas más antiguas y extendidas de conectar con "algo" más allá de la realidad física.
Es difícil establecer con claridad cuando se dio por primera vez una experiencia directa con sustancias encontradas en la naturaleza. Muy seguramente se dio de manera accidental, pero lo interesante es que existen pruebas de que el uso de estas sustancias empezó a ser recurrente desde hace miles de años y que fueron incluidas como parte importante de las tradiciones de los pueblos. Estas prácticas iban desde el ocio y la celebración, hasta prácticas de carácter espiritual tanto colectivas como individuales. Lo importante, o lo que a la larga se busca con este tipo de experiencias es alterar la conciencia y abrir las barreras o límites que bloquean el acceso a estados de percepción desconocidos. Hoy sabemos que esto se debe a que las sustancias alteran químicamente al cerebro, estimulando la actividad en partes que están involucradas con la percepción y la cognición, alterando la percepción de la realidad, del tiempo y el espacio y del Yo, llevando al consumidor a un estado de éxtasis y de sensación de que algo superior a él mismo lo acompaña. Todas estas sensaciones de expansión suelen estar acompañadas de un estado de euforia y éxtasis.
Lo interesante desde la perspectiva espiritual, es que las culturas antiguas (y las que aún preservan los saberes de los ancestros), más allá de conectar estas experiencias meramente con el placer físico o la experiencia psicodélica, encontraban un sentido divino detrás, una oportunidad de entrar en comunión con los dioses, un momento donde se reciben mensajes y profecías, donde aparece un aspecto de nuestro ser que siempre se esconde bajo la mente racional. Por ejemplo, en las celebraciones de los misterios dionisiacos (dedicados al dios Dioniso o Bacco para los romanos) se buscaba por medio del consumo del vino, dejar salir la parte más instintiva del ser, aquella parte natural, casi animal asociada con los poderes de la fecundidad, y la vida. Entre la danza frenética, la música, los cantos y gritos e invocaciones, sumados al consumo del vino (y según teorías, otras sustancias de tipo enteógeno), se llamaba al dios y se le dejaba entrar (¿o mejor, salir?) al cuerpo de los participantes. De esta manera se liberaba la bestia interna que estaba contenida, produciéndose una catarsis poderosísima. De hecho casi todos los carnavales que existen alrededor del mundo, tienen algo que ver con esa liberación de las fuerzas reprimidas de la psique humana. Estos ritos tendieron a desaparecer con la aparición del cristianismo y otras religiones, pero no por ello se perdieron. Más bien se camuflaron.
Otro uso de las sustancias, estaba relacionado con la comunicación con los ancestros y poder adquirir información o respuesta a preguntas cotidianas que tenían que ver con las situaciones de cada pueblo en particular. El chamán o guía espiritual del pueblo, por medio también de danzas, cantos y rituales que incluyen el consumo de sustancias psicoactivas, entra en estados alterados de conciencia que le permiten comunicarse con sus ancestros y dioses. Este tipo de tradición con sus variantes, se puede encontrar a lo largo y ancho del mundo. Desde el peyote y la ayahuasca en América, pasando por la iboga y el khat en África, la Kava-Kava en el Pacífico sur o la amanita muscaria en los pueblos nórdicos de Europa.
Independientemente de la sustancia consumida, la importancia del "viaje" era ese conocimiento de una realidad más allá de la realidad física, una realidad que coexiste con nuestra vida cotidiana, pero solo visible para aquellos que se atrevían o a los que se les permitía conocerla. Cabe resaltar que estos estados pueden mostrar los aspectos polares de la existencia. Por un lado, la belleza y por el otro lado la oscuridad y crudeza de la naturaleza; ambos aspectos considerados también, aspectos divinos. Quisiera mencionar lo que pensaba el Dr. Carl Gustav Jung, que decía que en gran parte las adicciones y consumo de sustancias en nuestra sociedad contemporánea, están conectadas a una búsqueda de lo trascendente, una búsqueda que si bien puede ser desequilibrada, tiene un origen en esa búsqueda de lo divino; es decir, una compensación psicológica para llenar un vacío emocional o espiritual.
Pasemos ahora al uso de prácticas sexuales como forma de conectar con el "fuego" divino. El sexo en sí mismo encarna unos de los misterios de la vida misma. El misterio de la generación y el misterio de la unión de los opuestos. Es la manifestación física de los procesos creativos que suceden en el universo manifiesto. Esotéricamente se considera que esa energía sexual no es solamente manifestada en la forma de un acto sexual, sino en cualquier aspecto que tenga que ver con las fuerzas creativas y además, que esa energía lleva en sí misma el Poder de Vida, la esencia misma de la divinidad. Así que detrás de cualquier prejuicio moral respecto al sexo, este fue visto por muchas tradiciones como algo sagrado; como la unión de los pares de opuestos, del dios y la diosa, del gran padre y la gran madre. Así que teniendo esto en mente, no será tan difícil comprender por qué en la antigüedad existían deidades, santuarios y festividades dónde se enaltecían las prácticas sexuales cómo medio de unión con lo divino, de hecho se consideraba que al unirse los opuestos, se estaba trascendiendo el mundo de separación y por un momento extático, se podía retornar a la unidad.
En diferentes partes del mundo, incluidas Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma e India, existían templos dónde habitaban mujeres (y también hombres, especialmente en la cultura grecorromana) que se entrenaban en los misterios de una deidad, preparándoles para convertirse en canales para esta, de tal forma que mediante un ritual asumieran la forma divina del dios o la diosa, permitiendo que su contraparte, ya fuera masculina o femenina, después de realizar el mismo proceso encarnara su contraparte mística, para que al unirse sexualmente se representara la unión cósmica entre dos aspectos de la divinidad, representando los procesos de creatividad y manifestación del universo. De esta forma se atraería al mundo físico, la fertilidad y la abundancia. Esta unión es representado aún en muchas tradiciones esotéricas como la "Unión Mística" y uno de los símbolos que la representan son la espada entrando en el cáliz sagrado. Con el tiempo estos procesos se fueron degenerando y terminaron volviéndose costumbres alejadas de su origen y que buscaban solamente la gratificación física incluso recurriendo a abusos por parte de quienes ostentaban el poder
También el clímax sexual que es una forma de alcanzar el éxtasis fue visto como una forma de retornar a la unidad y de comunicarse con las formas más elevadas del espíritu. La tradición Tántrica oriental en su esencia busca la realización de la unidad con lo trascendente por medio de la exploración consciente de la mente, la emoción y el cuerpo y esto incluye también la visión de la sexualidad como algo sagrado y mágico dónde por medio de dar placer a otro, se acepta que el "otro" no es un opuesto sino un complemento que sirve como camino de retorno a la unidad.
Ya hablamos de las sustancias y el sexo, ahora hablemos un poco del misticismo. Se dice que un místico es quien busca la unión de su alma con la divinidad por medios como el ascetismo, la devoción, la oración, la contemplación, la meditación el ayuno etc. En este listado de "técnicas" que suelen combinarse, a veces se incluyen sacrificios extremos como la mortificación de la carne y posiciones corporales dolorosas. Pero en general, al igual que en las formas vistas anteriormente, se busca una experiencia profunda y trascendente. A través de la historia y de nuevo, en todos los rincones del mundo, el fenómeno se repite. En la tradición del cristianismo tenemos el caso famoso de místicos que han descrito estados extáticos en medio de sus prácticas devocionales. Uno de los más famosos es el caso de Santa Teresa de Jesús. Esta santa de la Iglesia Católica, describió como un ángel la visitó y traspasó su corazón con una flecha dorada, produciéndole un leve dolor y llenándola de una gran alegría y sensación de unión con Dios. Otros dentro de la tradición católica que describieron experiencias similares fueron Francisco de Asís y Catalina de Siena entre varios más. Muchos de los textos que describen sus experiencias extáticas podrían confundirse en otro contexto con la descripción de un acto sexual, así que el que quiera expandir un poco sobre estos escritos, los puede encontrar fácilmente en la red.
En la tradición mística judía existieron corrientes como se muestra en la literatura del Hekhalot, que es un compendio de textos en los cuales se exponen una serie de técnicas para ascender por los planos celestes para poder contemplar al Creador. Este ascenso a través de estos planos o "templos" celestiales no es otra cosa que un mapa para ascender por estados de conciencia y que, como se mencionó anteriormente buscan el conocimiento de Dios. Por lo general la descripción de este ascenso es muy similar a la de un viaje extático que culmina con una experiencia trascendente donde se recibe información y sabiduría divina. En en la Biblia, a lo largo y ancho del Antiguo y nuevo Testamento encontramos historias de patriarcas y profetas describiendo estados de trance místico. Del mismo Buda se cuenta que encontró las bases de sus enseñanzas después de sentarse debajo de un árbol a meditar por siete semanas. Entre la realidad y la leyenda podemos encontrar una infinidad de historias de buscadores, místicos y ascetas.
En mi caso personal desde muy joven sentí también este llamado profundo de conectarme con la parte trascendente del Ser, aquella partícula, aquel instante que me conecta con el Todo, con la divinidad y he recorrido bastantes de los senderos mencionados con anterioridad, incluso perdiéndome en varios momentos, pues como dije al principio de este escrito, uno puede quemarse y perderse en el intento de esa búsqueda del fuego divino. Es fácil perderse porque el éxtasis puede ser adictivo, puede llevarnos a perseguir esa sensación de placer una y otra vez, alejándonos del motivo de la búsqueda inicial. Aún así perderse también hace parte de ese fantástico camino. Recuerden siempre que lo más importante es seguir la luz y no la lámpara. Mi intención no es decir cual de estos caminos es bueno o malo, o mejor o peor. Hay un momento en el que la experiencia personal es lo más valioso.
Todas estas experiencias tienen una particularidad y es que traducirlas a palabras resulta la mayoría de veces insatisfactorio y es por esta razón que el esoterismo está lleno de símbolos y analogías que representan muchos de los estados aquí descritos y develar esos símbolos a un nivel profundo es otra manera de ingresar a los mundos espirituales. Seguramente con el tiempo nos hemos ido acercando y conociendo cosas que antes estaban veladas para nosotros según nuestro nivel de evolución, pero aún así lo desconocido sigue y seguirá sobrepasándonos. El gran Misterio será siempre el combustible de ese motor de búsqueda que todos tenemos dentro y que nos hace humanos, pero de algo puedo estar seguro: "El fuego de los dioses arde dentro de nosotros".
En L.V.X, Vida y Amor
F.V.T
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